Desde que se descubriera en los ecosistemas acuáticos de las regiones euroasiáticas se ha expandido esta especie invasora casi por todo el mundo. Sus daños alteran los hábitats fluviales y afectan negativamente a la flora y fauna autóctonas, pero también se ceba con obras e infraestructuras hidráulicas, que se traducen en altos costes añadidos en mantenimiento y reparación, además en estrategias de combate a su plaga.
Fue una de las especies descritas por primera vez para la Academia de las Ciencias de San Petersburgo por el zoólogo alemán Peter Simon Pallas. Era 1769 y emprendía una expedición que se adentró por tierras y cursos fluviales inabarcables de Siberia. La encontró en los ríos Ural, Volga y Dniéper, pero también en el estuario del mar Caspio.
De los racimos en los que se engarza con tenacidad el mejillón cebra, Pallas extrajo un ejemplar para comprobar en la palma de su mano que no era más grande que la uña de cualquiera de sus dedos. Pero no hizo alusión en sus obras zoológicas a los daños producidos a los ecosistemas acuáticos, tanto de agua dulce como costeros, a los que se le puede introducir fuera de su hábitat eurásico el molusco bivalvo, con patrón en zigzag que luce su caparazón y que puede crecer hasta los 5 cm.
Una invasión sin fronteras
Por vía fluvial llegó a Hungría 25 años más tarde de que lo catalogara Pallas. Pero según avanzaba el siglo XIX atracaba en las Islas Británicas pegado al casco de un barco. Luego, eligió el canal de la Unión cerca de Edimburgo para alojarse y expandirse. Los canales que unen los ríos navegables fueron la vía rápida de su avidez invasora en toda Europa. Norteamérica no ha sido una excepción. El mejillón cebra puso rumbo al sur de Europa en busca de sus zonas templadas. En los 60 del siglo pasado aparece en los lagos de los Alpes. En los 70 en Italia. En los 80, en España.
No se sabe exactamente cuando llegó. Al igual que Pallas el hallazgo fue fortuito, pero esta vez documentado. El río Llobregat fue su primero reducto acuífero en la Península Ibérica, pero una riada arrasó con los pioneros mejillones cebra.
Era 2001. El mejillón cebra se bañaba en las aguas del río Ebro en plena canícula de aquel año. Concretamente, en el meandro del Flix (Tarragona) y el embalse de Ribarroja, a caballo entre Aragón y Cataluña. La plaga se extendía aguas arriba. Cuatro años más tarde, se detectan colonias del molusco en el embalse de Mequinenza (Zaragoza). Más a la cabecera del Ebro, se localizan adultos de la especie en el embalse del Sobrón (Burgos) un año después. Otras cuencas hidrográficas descubren su presencia: Júcar (en Sitjar, Castellón) en 2005, en estado larvario en la del Segura (2006) y en la cuenca del Guadalquivir (2010).
El Gobierno decidió incluirlo en el Catálogo Español de Especies Exóticas Invasoras, aprobado por Real Decreto 630/2013. Las razones son obvias. Descansan en su voracidad colonizadora que amenaza especies autóctonas, hábitats o ecosistemas.
Modus operandi
Puede que la pesca deportiva de otra especie exótica fuera el detonante de su aparición en la cuenca del Ebro. Para pescar el siluro se usa el cebo vivo del alburno, en cuyos viveros transportados quizás llevara además larvas del bivalvo. Otra posibilidad de su introducción sería las aguas de lastre de una embarcación. Suelto en estado larvario, muestra ya su resistencia, su elevada tasa de crecimiento y rápida reproducción. Apenas hay depredadores naturales con solvencia para hacerle frente en sus ecosistemas acuáticos adoptivos, por los que se expande con mucha facilidad.
Los estragos se dejan sentir en fauna y flora autóctonas. Por ejemplo en su competidor natural, el molusco bivalvo Margaritifera auricularia, protegido por estar en peligro de extinción. Ocupa los fondos lacustres y tapiza rocas y conchas de otros bivalvos. Modifica el sustrato de los cauces fluviales además de las riberas de ríos, lagos y embalses. Altera los hábitats de los peces y compite por una fuente de alimento clave: el fitoplancton. Al reproducirse tan deprisa el mejillón cebra, no da tiempo que el fitoplancton disuelto se regenere de forma adecuada. Su constante e intensa filtración purga en demasía el agua, lo que provoca que se desarrollen más algas y plantas acuáticas, consumidoras de oxígeno del agua.
Daños económicos a infraestructuras
Aparte de las consecuencias perniciosas para el medio ambiente, están las que afectan a las obras e infraestructuras hidráulicas, amén de daños a los cascos y motores de las embarcaciones afectadas por el abordaje del mejillón cebra.
En general, obtura conducciones de agua con destino a abastecimientos urbanos, agrícolas e industriales. Se adhiere amontonados unos con otros a tuberías, desagües, compuertas o redes de riego, lo que obstruye o disminuye la capacidad de paso del agua. En el regadío, provoca grandes daños cuando crece en el interior de tuberías de riego presurizadas de las comunidades de regantes que sirven agua para riego por aspersión y por goteo.
Además, las bacterias que se alojan entre el biso del mejillón y las paredes de las conducciones aceleran la corrosión del acero. Los costes de mantenimiento de infraestructuras dañadas se disparan como también por la aplicación de estrategias de lucha contra su plaga. Se calcula que en tan solo una década ha ocasionado pérdidas por un valor de más de 1.600 millones de euros.
Por eso se está desarrollando en el ámbito agrícola el proyecto Irrizeb, un programa integral para el control y mitigación del impacto de la plaga de mejillón cebra en sistemas de regadío. Sus objetivos están vinculados con la biología de la especie, la colonización de embalses, la detección de presencia e infestación, la destrucción de valvas y la optimización de los tratamientos de control.